Comentario
CANTO TREINTA
Como auiendo ordenado el nueuo general a sus soldados, se fue à despedir de Luzcoija, y batalla que tuuo con los Españoles, y cosas que en ella sucedieron
Quando contra razon se enciende el hombre,
Y fuerça à su apetito a que se incline,
A emprender vna cosa que es sin traza,
Con que facilidad aduierte y nota,
Lo que es en pro, y en contra de aquel hecho,
Que assi quiere emprender contra justicia,
Temiendo pues Gicombo, y trascendiendo,
Como prudente, diestro y recatado,
Que alli Zutacapan y todo el pueblo,
Iuntos al mejor tiempo le faltasen,
Hizo comprometiesen y jurasen,
Segun sus leyes, ritos, y costumbres,
Assi como Anibal juró en las liaras,
Y altares de sus dioses, que enemigo,
Mortal seria siempre, de Romanos,
Que assi inuiolablemente guardarian,
Con grandes penas, vinculos y fuerças,
Las condiciones puestas y assentadas,
Hecha la cerimonia y celebrado,
El vil supersticioso juramento,
Fue por su propia mano alli escogiendo,
Quinientos brauos baruaros guerreros,
Y en vna gran caberna todos juntos,
Que por naturaleza estaua hecha,
Cerca de las dos çanjas que hemos dicho,
Mandó que se metiessen con intento.
Que luego que los vuestros la passasen,
Saliessen de emboscada, y alli juntos,
A todos sin las vidas los dejasen,
Y luego que vbo puesto y encargado,
Al brauo Bempol, Chumpo, y Zutancalpo,
A Calpo, y à Buzcoico, y a Ezmicaio,
A cada Cual su esquadra bien formada,
Para mejor meternos en sus manos,
Con discreto recato dio à entendernos,
Que estaua todo el pueblo despoblado,
Y al tiempo que traspuso el Sol luziente,
Y los opacos cuerpos apagados,
Tenian ya sus sombras y en silencio,
Quedaron los viuientes sossegados,
Salio del mar la noche presurosa,
Emboluiendo la tierra en negro velo,
Y antes que las Estrellas traspusiessen,
El poderoso curso que lleuauan,
A desperdirse fue de su Luzcoija,
Que esperandose estaua en aquel puesto,
Donde quiso dejarla mal herida,
De la fuerça de amor que la abrasaua,
Y assi como le vido lastimada,
Quan simple tortolilla que perdida,
La dulze compañia no se assienta,
En los floridos ramos ni reposa,
Si no es en troncos secos deshojados,
Buelta qual madre tierna que contino,
Al hijo regalado trae colgado,
Del cristalino cuelo, y encendida,
Con el se desentrañas, se derrite,
En amoroso fuego, y se deshaze,
Vencida de su amor assi la pobre,
Derrarnando las lagrimas dos fuentes,
Alli soltó la boz desalentada,
Si el grato y limpio amor que te he tenido,
Amandote mil vezes mas que al alma,
Merece que me des algun alibio,
Suplicote Señor que nos permitas,
Que venga en flor tan tierna a marchitarse,
La que entender me has dado que fue siempre,
Para ti mas gustosa, grata y bella,
Que la vida que viues, y que alcanças,
Por cuia cara prenda te suplico,
Que si vienes señor para boluerte,
Que el alma aqui me arranques, que no es justo,
Que viua yo sin ti tan sola vn hora,
Y assi la boz suspensa, colocando,
Aguardando respuesta fue diziendo,
El afligido baruaro señora,
Iuro por la belleza de essos ojos,
Que son descanso y lumbre de los mios,
Y por aquesos labios con que cubres,
Las orientales perlas regaladas,
Y por aquestas blandas manos bellas,
Que en tan dulze prision me tienen puesto,
Que ya no me es possible que me escuse,
De entrar en la batalla contra España,
Por cuia causa es fuerça que te alientes,
Y que tambien me esfuerces, porque buelua,
Acuesta triste alma a solo verte,
Que aunque es verdad que teme de perderte,
Firme esperança tiene de gozarte,
Y aunque mil vezes muera te prometo,
De boluer luego a verte y consolarte,
Y porque assi querido amor lo entiendas,
El alma y coraçon te dexo en prendas,
Y assi se despidio porque venia,
La luz de la mañana va rayando,
Y entrando en la caberna con los suyos,
Entrò luego la luz, y fue bordando,
De ricos arreboles todo el Cielo,
En cuio tiempo fuerte y coiuntura,
Diziendo Missa el Padre fray Alonso,
La fiesta de su nombre celebraua,
Y auiendonos a todos comulgado,
Del Altar se boluio y assi nos dixo,
Caualleros de Christo valerosos,
Y de nuestra ley santa defensores,
No tengo que encargaros a la Iglesia,
Pues como nobles hijos aueys siempre,
Preciadoos de serbirla y respetarla,
Por Iesu Christo pido, y os suplico,
Y por su sangre santa que se enfrenen,
En verter la que alcança el enemigo,
Los agudos cuchillos lo possible,
Que aquese es el valor de Castellanos,
Vencer sin sangre y muerte, al que acometen,
Y pues a Dios lleuais en vuestras almas,
A todos os vendiga y os alcance,
Su mano poderosa, y yo en su nombre,
A todos os vendigo, y alcançada,
La vendicion del Padre Religioso,
Al alto passaman subimos luego,
Donde todos notamos desde afuera,
Que el pueblo despoblado todo estaua,
Y que anima viuiente no se via,
Por cuia causa luego las dos çanjas,
Del fuerte passaman passaron treze,
Sin orden ni permiso del Sargento,
Y no bien todos juntos ocuparon,
Los terminos vedados, quando luego,
De la horrible caberna fue embistiendo,
El valiente Gicombo rebramando,
Y qual el vallenato que herido,
Del aspero harpon y hierro brauo,
Un humo espeso de agua en alto esparce,
Y azota con la cola el mar y hiende,
Por vna y otra parte sobre aguando,
El espacioso lomo y desabrido,
Bufando. y sin sossiego va haziendo,
Mil remolinos de agua assi sañudo,
Las poderosas armas lebantadas,
Con todos embistio y fue rompiendo,
Y viendo al enemigo tan à pique,
Los nuestros todos juntos dispararon,
Los prestos arcabuzes, y aunque a muchos,
Por tierra derribaron, fueles suerça
Por no poderles dar segunda carga,
Venir a las espadas y rebueltos,
Los vnos con los otros, no pudimos,
Darles ningun socorro, porque auian,
Leuado aquel madero que subieron,
A la segunda çanja, y no notaron,
Dejauan sin pasaje à la primera,
Y assi todos rebueltos en confusso,
Soterrando las dagas, y los filos,
De las viuas espadas grande gifa,
De miserables cuerpos destrozados,
Y vn matadero horrendo ya tenian,
Y assi soberuios, brauos, encendidos,
Alli los dos hermanos valerosos,
Christoual Sanchez, y Francisco Sanchez,
Y el Capitan Quesada, y Iuan Piñero,
Francisco Vazquez, y Manuel Francisco,
Cordero, Iuan Rodriguez, y Pedraza,
Assi como los dedos de la mano,
Que siendo desiguales se emparejan,
Los vnos con los otros y se ajustan,
Quando cerrado el puño despedaçan,
Alguna cosa fuerte y la destroza,
Assi conformes todos se aunaron,
Los vnos con los otros y embistieron,
Y abriendo grandes fuentes derramaron,
Por los baruaros pechos y costados,
Ojos, cabeças, piernas, y gargantas,
De fresca sangre arroyos caudalosos,
Por cuias brauas bocas espantosas,
Las almas temerosas presta fuga,
Y uan haziendo todas por no verse,
En manos tan soberuias, y tras desto,
Carrasco, Isasti, Casas, Montesinos,
Hasta los codos rojas las espadas,
Los poderosos braços exercian,
Hasta que Zutancalpo, y gran Buzcoico,
Entraron de refresco y retiraron,
A vuestros Españoles con tal fuerça,
Que arrinconados todos à vn repecho,
Que estaua vn tanto hondo y reparado,
De la fuerça de piedra que sobre ellos,
Sin lastimar à nadie descargauan,
Con priessa tan sobrada que enterrados,
Alli quedaron todos sin remedio,
Viendo pues zozobrada y anegada,
Aquella nauecilla el brauo joben,
A grandes vozes dixo que vn madero,
Al punto se subiesse y se guindase,
Oyendo pues aquesto retireme,
Porque entendi señor que a mi dezia,
Cosa que nueue passos, y qual Curcio,
Casi desesperado fue embistiendo,
Aquella primer çanja, y el Sargento,
Pensando que pedazos me haria,
Assiome del adarga, y si no suelta,
Sin duda fuera aquel el postrer tiento,
Que diera à la fortuna yo en mi vida,
Mas por largarme presto fui alentando,
La fuerça de aquel salto de manera,
Que al fin saluè la çanja y el madero,
No libre de temor y de rezelo,
Fuy como mejor pude alli arrastrando,
Y puesto en el passage los dos puestos,
Passaron con presteza alli los vuestros,
Y apenas el clarin alto tocaron,
Quando de aquel repecho donde estauan,
Nuestros caros amigos soterrados,
Iuntos salieron todos, qual es fuerça,
Que al son de la trompeta se lebanten,
El dia de la cuenta postrimera,
De sus sepulcros todos los difuntos,
Y viendo assi la placa que perdida,
Estaua por nosotros ya ganada,
Rebentando de empacho y, corrimiento,
Como encendidas brasas que enterradas,
De las cenizas salen abrasando,
Assi furiosos, viuos, desembueltos,
Mas fieros que brauissimos leones,
Arremetieron todos ayudados,
Del Capitan Romero, y Iuan Velarde,
Carabajal, Bañuelos, y Archuleta,
De Lorenço Salado, y de Zubia,
Y de otros muchos nobles Españoles,
Que a diestro y à siniestro despachauan,
Idolatras apriessa desta vida,
Por cuia causa el fuerte Zutancalpo,
Con el brauo Gicombo, y con Buzcoico,
Qual suele el mar rebuelto y alterado,
Heruir por todas partes lebantando,
Valientes cumbres de agua, y cimas brauas,
Bañando el alto Cielo, y que soberuio,
En si se hincha, crece, gime y brama,
Y en poderosas rocas quiebra y rompe,
Su furia desatada, y no sossiega,
En tanto que los vientos no reprimen,
La fuerça de sus soplos, y se muestran,
En sossegada calma reportados,
Assi estos brauos baruaros feroces,
Que los suyos alentando les dezian,
Que de los prestos arcos despidiessen,
De flecha tanta suma como suele,
Llouer y granizar el alto Cielo,
Espesas gotas de agua y de granizo,
Con cuia braua fuerça mal heridos,
Dexaron à Quesada, y al Alferez,
Carabajal, y buen Antonio Hernandez,
A Francisco Garcia, y à Liçama,
En este medio tiempo fue poniendo,
Asencio de Archuleta firme al pecho,
La coz del arcabuz, y fue tomando,
La brujula y el punto de manera,
Que sin saber por donde, o como fuesse,
Atrauesò con quatro brauas balas,
Al mayor camarada, y mas amigo,
Que jamas tuuo el pobre en esta vida,
O diuino pastor y como arrojas,
Tu muy santo cavado y le endereças,
Para la oueja triste desmandada,
Que lejos del rebaño a su aluedrio,
Muy largo trecho vemos se remonta,
Cuio castigo justo bien nos muestra,
El infelix Salado pues que viendo,
Ocho mortales bocas respirando,
Por sus espaldas, pechos, y costados
Encogiendo los hombros y los ojos,
Al lebantado Cielo desplegando,
Assi esforcò la boz a Dios el pobre,
Señor dos años ha que no confiesso,
Por mas que mis amigos me han rogado,
Conozco mi Señor que te he ofendido,
Y solo te suplico que me aguardes,
A que limpie las manchas que manchada,
Tienen el alma triste redimida,
Por la preciosa sangre que vertiste,
Sabida la desgracia luego vino,
El Sargento mayor à mucha priessa,
Y porque confesasse luego quiso,
Que seys buenos soldados le bajasen,
Y entendido por el aquel socorro,
Alli le suplicò con muchas veras,
Que pues à solas siempre auian ofendido,
A Dios nuestro Señor, que le dexassen,
Que à solas su remedio procurase,
Y viendo quan de veras le pedia,
Dandole gusto en esto con descuido,
Mandò que con el fuessen los nombrados,
Pues yendole sigiendo dio en vn risco,
De soberuia caida, donde vido,
Vn demonio grimoso que le dixo,
Soldado valeroso, si pretendes,
Salir triunfando desta triste vida,
Arrojate de aqui, que yo en las palmas,
Sustentare tu cuerpo, sin que pueda,
Recebir detrimento en parte alguna,
Oyendo aquesto el triste baptizado,
Turbado de temor y de rezelo,
Assi le respondio cobrando esfuerço,
Vete de aqui maldito, no me tientes,
Que soy de Dios soldado, y si he seguido,
Tus banos estandartes, ya no es tiempo,
De tantas desventura, ya no es tiempo,
De tanta desbentura, y reboluiendo,
Las fatigadas plantas fue tomando,
El camino derecho, y fue bajando,
Al pauellon del Padre, donde luego,
Que confesso sus culpas, y fue absuelto,
Alli quedo sin alma y sin sentido,
Vendigante los Angeles Dios mio,
Que assi las llagas curas, y nos muestras,
Que quando mas afliges y deshazes,
Al miserable cuerpo que nos diste,
Que entonces viue el alma y se lebanta,
Para la suma alteza y excelencia,
Que à todos nos espera, y nos aguarda,
Y porque a mas andar se va encendiendo,
La fuerça de batalla, y yo me siento,
Sin fuerças ni valor para seguirla,
Quiero parar aqui para escreuirla.